Los tornados del barrio
Una tranquila noche de octubre, ni tan fría ni tan cálida, Abrelia se encontraba durmiendo incómoda, algunas arrugas en su frente la delataban. Las sábanas azules apenas cubrían su cuerpo, mientras que el acolchado beige yacía sutilmente en el suelo. Los movimientos de Abrelia eran suaves, aunque bruscos, de un enojo no tan pasional pero suficientemente abruptos como para molestar a su pareja, la cual ya estaba acostumbrado a dichos movimientos.
En un horario particular de la madrugada, sin rastros del amanecer, Abrelia abrió sus grandes ojos, dejando entrar apenas un destello de luz lunar que atravesaba por las ventanas. Pestañeó una vez, luego una vez más, para luego una tercera. Miró por la ventana y vio 3 tornados suspendidos en el mismo lugar, a pocos metros de distancia entre ellos. Dichos tornados no eran crueles, no levantaban elementos a sus alrededores, sin embargo, cumplían la función de ser el transporte de unos seres celestiales que ningún ojo humano puede ver.
Estos seres sobrenaturales se acercan lentamente al tornado, y se desvanecen, como si se subieran a un agujero de gusano. Dichos seres son de estatura pequeña, de tes blanca quimioluminiscente, con 4 ojos en una esfera que parece ser una cabeza. No poseen cabello alguno, ni bello facial, no suelen utilizar vestimenta, simplemente la piel limpia y brillante de un color blanco que emite cierto aura turquesa, mas bien tirando al azul. Poseen, como la mayoría de los seres humanos, 2 piernas y 2 brazos, conectadas a un tronco, es decir, tienen un esqueleto muy parecido al de los humanos, obviando su estatura. Estos seres celestiales se hacen llamar Psikeunes entre ellos, es difícil saber si tienen nombre, o cómo se comunican ya que no se pueden estudiar.
En un pequeño instante de la intranquila noche de Abrelia, logró visualizar un ser imposible, las probabilidades de que eso suceda son del 0,001%, pero aun así sucedió. El Psikeune le devolvió la mirada con 2 de sus 4 ojos, y cambió el color de aura azul por una más verdosa, y en ese momento Abrelia cerró los ojos, plácidamente para dormir como si no hubiera mañana, de hecho, no hubo mañana, Abrelia no volvió a abrir los ojos.