Un papel dentro de una botella en altamar
Si están leyendo esta nota, significa que mi cuerpo decidió irse con mi permiso. Fueron días de luchar por ese gramo de energía, sobrevivir al rayo del sol, en una roca de pocos metros y nada más que una inmensidad oceánica alrededor. Fueron días de ver gaviotas pasar a los lejos, esperando algún indicio de humanidad. Esperé hasta el último momento por la ayuda que la capitana Nuncella había prometido antes de embarcar, pero nunca llegó. ¿Es acaso ella una mentirosa incumplidora de su palabra? Nunca estuve de acuerdo con su órdenes, pero era necesario hacerlo.
Esperando la improbable ayuda, un navío o un milagro, logré encontrar la paz que el ser humano suele buscar implícitamente, acostado sobre la roca y el ruido de las pequeñas olas golpeando me hace sentir que ya no estoy en este plano existencial, ya nadie se acuerda de mi y probablemente nadie se de cuenta que ya no estoy en una de las embarcaciones más grandes en las que tuve el honor de trabajar: el Puño Vibrante.
De maderas claras y oscuras, con pinturas azules y naranjas en diferentes tonos, pinceladas de sangre por aquí y allá, sogas y cuerdas negras, el Puño Vibrante arrasaba majestuosamente con cualquiera que fuese el camino. Tengo muchos recuerdos, muchas peleas y muchas borracheras, si, ese grog de rana era de las bebidas más horripilantemente adictivas que probé. Muchos recuerdos con los tripulantes son riñas, pero siempre llevaba mi sable a una pelea de dagas, el mismo debe estar ahogándose en este momento, oxidado y solitario.
El día que lean esta nota, díganle a Marcibio y a Teomar que los perdono, me deben mucho, pero ya no hay a quién devolver. Eso sí, jamás prueben el guiso que hace Teomar, podría ser tranquilamente la causa de su muerte.
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